No 0 «Prólogo: Pinceladas de Vida: Un Relato de Memorias y Sueños»
«Prólogo: El vuelo de las memorias aladas»
Al umbral de este nuevo capítulo de mi vida, me encuentro suspendido entre dos mundos: el que he dejado atrás, plasmado en las páginas de Pinceladas de recuerdos, y el que se extiende ante mí, vasto e inexplorado como los bosques de esta tierra que ahora llamo hogar. Las memorias, cual mariposas inquietas, revolotean en este espacio intermedio, con alas teñidas por los matices del ayer y del mañana.
Cierro los ojos, y mi mente se convierte en un lienzo en blanco, rápidamente llenado por pinceladas de mi pasado. La memoria, como alquimista hábil, entrelaza recuerdos del ayer con sueños del mañana, creando un elixir de nostalgia y expectativas. Una voz, que parece surgir de la naturaleza misma, me pregunta:
—¿Estás listo para continuar el viaje?
Respondo en silencio, con una leve aprobación, mientras abro los ojos para contemplar mi entorno. En este paisaje, donde los árboles se alzan como guardianes silenciosos y el aire lleva consigo el murmullo de historias no contadas, siento que cada paso es una pincelada en el lienzo de mi destino. Las hojas caen como fragmentos de un pasado que se desvanece, mientras el sol, tímido y dorado, se filtra entre el follaje, iluminando mi futuro.
El eco de las memorias nunca desaparece; como un río subterráneo, atraviesa las capas del tiempo y resurge en los momentos menos esperados. Pinceladas de recuerdos fue el testimonio de un alma que se debatía entre la huida y el encuentro, entre las sombras de un país abandonado y la promesa incierta de una nueva tierra. Pero el viaje no terminó ahí.
Las noches, envueltas en un manto de estrellas, me traen recuerdos de mi infancia. Miro al cielo y me pregunto: «¿Eres el mismo océano infinito que contemplaba de niño? ¿Siguen tus estrellas siendo promesas de aventuras por venir?» El silencio de la noche parece responder con un murmullo, recordándome que esas promesas ahora están al alcance de la mano.
En esta tierra lejana, me encuentro aceptado como exiliado, un alma en busca de renacimiento. Canadá, en su vastedad, me abrió sus puertas, pero con esa bienvenida vino también un nuevo compromiso. Comprendí que el exilio no termina con la aceptación, sino que inicia una travesía: la de reinventarse, la de echar raíces en una tierra ajena, que poco a poco se convierte en propia.
Los desafíos que me esperan son distintos, pero no menos importantes. El sueño de encontrar un trabajo estable, quizás en un banco, se erige como el próximo monte por escalar. Me veo como un peregrino entre niebla y claros de esperanza, buscando un lugar donde mis pasos dejen huella.
Las barreras del idioma se alzan como murallas de cristal, pero en mi corazón arde la llama de la determinación. Cada palabra nueva es un ladrillo que coloco en el puente hacia mi destino. Anhelo volver a ejercer el trabajo que amaba en mi tierra natal, aunque sé que el camino estará lleno de espinas.
En esta tierra extranjera, debo reinventarme como el fénix que renace de sus cenizas. Cada amanecer es una oportunidad para escribir un nuevo capítulo, y cada atardecer, un momento para reflexionar sobre los pasos dados. En la soledad de mis pensamientos, encuentro la fuerza para seguir adelante, sabiendo que cada esfuerzo es una semilla plantada en el jardín de mis sueños.
En el crudo invierno, cuando el viento helado azota los ventanales y la escarcha cubre los caminos, descubro con asombro que en lo más profundo de mí habita un luchador invencible. Un calor ancestral irradia desde mi alma, desafiando la frialdad exterior. Comprendo que, aunque el invierno reine con su manto de hielo, en mi interior florece una primavera eterna, un refugio de luz y esperanza que nada podrá apagar.
Este oasis interior se convierte en mi santuario, un jardín secreto donde las memorias de mi tierra natal se entrelazan con los sueños de mi futuro. Las palmeras de mis recuerdos se mezclan con los maples canadienses, creando un paisaje imposible pero hermoso.
Pinceladas de vida es más que una continuación; es un renacimiento. Es el testimonio de cómo las raíces pueden crecer en el aire, de cómo el corazón aprende a latir en tres idiomas, y de cómo el hogar puede ser un concepto tan vasto como el cielo mismo.
En este nuevo capítulo, me convierto en el autor de mi propia historia, escribiendo con tinta invisible sobre las páginas del viento, confiando en que tú, mi lector, sabrás leer entre las líneas de mi existencia y encontrarás, como yo, la magia en lo cotidiano, lo extraordinario en lo simple, y la belleza en el viaje mismo.
Los mejores momentos de la lectura son aquellos en los que te encuentras con algo... un pensamiento, una sensación, una manera de entender el mundo que hasta entonces creías que era íntimamente personal, que sólo era tuyo. En las páginas que siguen, querido lector, quizás descubras fragmentos de tu propia historia reflejados en la mía. Y ahora, de repente, lo encuentras expresado por alguien, una persona a la que ni siquiera conoces, o que hace incluso tiempo que ha muerto. En ese instante mágico, la distancia entre nosotros se desvanece, y nuestras experiencias, aunque separadas por tiempo y espacio, se funden en una corriente universal de comprensión humana.
Y es como si del libro surgiera una mano y cogiera la tuya. En este viaje a través de las páginas, extiendo mi mano hacia ti, invitándote a caminar conmigo por los senderos de la memoria y la esperanza. Juntos, exploraremos los rincones de un alma dividida entre dos mundos, pero unificada por la fuerza indomable del espíritu humano.
Bienvenido a mis Pinceladas de vida, donde cada palabra es un trazo, cada página un lienzo, y juntos pintaremos el retrato de una existencia que, aunque única en sus detalles, resuena con la universalidad de la experiencia humana.
"Todos cargamos con fragmentos de espejo roto en el alma, astillas de recuerdos que reflejan nuestro pasado y hieren nuestro presente. Estos cristales, afilados como el tiempo mismo, cortan silenciosamente, dejando cicatrices invisibles pero profundas. La escritura se convierte entonces en un acto de alquimia personal: con cada palabra trazada, extraemos esos pedazos cortantes, transformándolos de instrumentos de dolor en tesoros de sabiduría.*
"Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte." (Carlos Ruiz Zafón)
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